29. Cuesta del Resbaladero (1)

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      ANTES                                             (Fuente de las fotografías: Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz)                                              AHORA
                                             
Cuando nevaba y la cuesta era puro hielo, la gente patinaba con lo que tenía a mano, relata con una pizca de nostalgia José Razquin, de 84 años, que ha vivido en la esquina de Olaguíbel con Fueros y ha conocido los cambios de esta calle.

No hay vitoriano de toda la vida con más de cincuenta años que no haya descendido alguna vez durante los días duros de invierno con una tabla, un saco, un plástico o un trineo la bajada que ha registrado más caídas y accidentes de la ciudad.  Antes de que la calle Fueros existiera (1887) ya se conocía este desnivel como Cuesta del Resbaladero.


Ocurrían las mismas caídas en otras cuestas como la de Santa María o los cantones,  que rompen el mito de la plana Vitoria.

Cuantos han contado sus hazañas de niño evocan aquellos mamporros o la felicidad de coger velocidades impensables en medio de las casas, sin necesidad de ir a las laderas de Olárizu. Para ellos, un charco podía ser un océano y aquella cuesta, el mismísimo Gorbea.

Con una rampa que en algún momento puede alcanzar el 15% de desnivel hay quien todavía la esquiva por si acaso puesto que en la memoria general persiste la idea de cierto peligro, que con la reforma se pretende evitar. El nombre de El Resbaladero resistió oficialmente hasta 1929, cuando se unificó con el mismo nombre toda la calle de los Fueros, desde Portal del Rey hasta lo que se conocía entonces como callejón de las Ánimas, cerca de la estación del ferrocarril. 

En la parte que cruza la calle Olaguíbel se estableció entre 1851 y 1880 la primera plaza de toros fija que hubo en la ciudad. Al derribar el coso, se abrió la calle que a partir de 1887 pasó a llamarse de Olaguíbel en su tramo entre Los Fueros y Paz.

Venancio del Val apunta que desde 1867 esta calle se llamó del Mediodía y durante algún tiempo estuvo dedicada a San Ignacio de Loyola, en cuyo honor celebraba las fiestas. Originariamente comenzaba junto a la calle Independencia; después llegó hasta Postas y en 1929 absorbió el tramo del Resbaladero. 

En la parte derecha de éste, correspondiendo con la fachada lateral del antiguo Palacio de Justicia, ahora abandonado, estuvieron alojados algunos cuarteles, en la segunda parte del siglo XIX, concretamente de Infantería y Artillería. La lista de negocios y comercios que han tenido sede en toda la calle es interminable. Del Val cita varias decenas entre las que destaca la librería Linacero o el periódico el Pensamiento Alavés.

El tiempo es una apisonadora que aplasta los recuerdos. En su impagable volumen 'Travesía de Vitoria', nuestro inolvidable cronista Carlos Pérez Uralde dedica un capítulo a este rincón vitoriano bajo el título 'los buenos días perdidos'. Habla de los trompazos de las señoras endomingadas y sus abrigos soberbios y de los vehículos que a toda velocidad bajaban la pendiente con el pasaje horrorizado. Pero dedica un apartado especial a un frágil kiosko con un guardia municipal que solía ordenar la circulación de Portal del Rey. 

Pérez Uralde recuerda que cuando comenzaban las algaradas callejeras reivindicativas en los años setenta «era preceptivo que el tinglado-kiosco del guardia se despeñara rodando por el Resbaladero como señal inequívoca de que quedaba inaugurada la batalla».

De manera menos dramática, José Ramón Agiriano tenía en el Resbaladero y la calle Fueros su geografía infantil de juegos, muy cerca de su casa que era el restaurante Dos Hermanas, centro neurálgico de la Vitoria de los años cincuenta. Allí se hacían los tratos sobre el ganado y las apuestas sobre quién daba menos saltos para cruzar la calle. «Yo veía esas cosas con las que se entretenían los adultos, pero nosotros preferíamos las carreras a ver quién era más rápido subiendo la rampa. Uno de nosotros con la bicicleta y otro corriendo. No había coches y se podía hacer sin peligro», narra.

Los partidos de fútbol, el juego de la bombilla, el 'chorro morro'... Agiriano evoca una infancia llena de historias. «Cuando tiraron la plaza de Abastos, toda la calle y las casas se llenaron de ratas. Vino un mexicano a luchar contra la plaga. Era muy bueno porque desaparecieron enseguida. Recuerdo también que en las puertas del restaurante salía el autobús de Santa Cruz de Campezo. El cobrador vendía los tickets en mi casa», cuenta con emoción.

Pero sin duda durante muchos años la cuesta no era el Resbaladero, sino la cuesta del Felipe, el bar más célebre de Vitoria, como lo catalogaba Pérez Uralde. «El local era una antigua caballeriza donde un día dejaron de abrevar los caballos para que tomaran su puesto los seres humanos. Todo en él era madera rústica» y aún se conservaron durante muchos años las argollas donde se ataban los animales y los salientes de piedra para frenar los carros. «El Felipe tenía un vino excelente y sus famosos bocadillos de atún con mayonesa. Ahora está en otro lugar, es mucho más amplio y conserva todo lo que tenía entonces, pero aquel local de la cuesta poseía el aura de los lugares inolvidables», escribía el cronista.

Hoy en día el ambiente del Resbaladero ha cambiado. Existen algunas lonjas vacías, como la del propio Felipe, comercios textiles de calidad como Crash y D'Bers tiendas informáticas y tres bares, un kebab, la ronería cubana Santa Catalina, de ambiente nocturno y latino, y una renovadao tasca que quiere recuperar el antiguo ambiente, Kupela Ardotxoko, abierto apenas hace un mes.

Alfredo López de Samaniego, el dueño del Kupela, sostiene que «la cuesta, cuesta» porque ha conocido los tiempos gloriosos del Felipe y su decadencia. Ahora quiere recuperar aquel buen ambiente con su bar, el antiguo Bokata. En sus pequeños 50 metros solo se puede encontrar producto alavés, desde el vino, veinte distintos, y sólo bodegas de Baños de Ebro, hasta la sidra de Treviño, la ginebra Acha de Amurrio, cervezas artesanas alavesas, el txakolí de Llodio, patatas ecológicas, pan de Albéniz, aceite de Moreda, queso Idiazábal.... Está convencido de que la reforma de la calle, ya iniciada, y la creación de pequeñas terrazas que romperán la visión de subida le vendrá bien a la zona. «Todas las áreas peatonalizadas han funcionado y espero que esta no sea una excepción», profetiza Samaniego.

A partir de la reforma la vieja y empinada calle será más hermosa y práctica, pero nada será igual.

(Fuente del texto: www.elcorreo.com)

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